Natividad del Señor. Blanco.
Misa de la noche: Is 9, 1-3. 5-6; Sal 95, 1-3. 11-13; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14.
Misa de la aurora: Is 62, 11-12; Sal 96, 1.6.11-12; Tt 3, 4-7; Lc 2, 15-20.
Misa del día: Is 52, 7-10; Sal 97, 1-6; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-5. 9-14.
Evangelio según San Juan 1, 1-18
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: “Éste es Aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.
Ser pesebre
Se dice de ser pesebre. Pensado más espiritualmente, Belén es un rincón del corazón. Poder pensar en el pesebre como una disposición del corazón. El pesebre no posee riquezas, no ostenta, no agobia, no tiene puertas, ni llaves, ni clave. NO exige requisitos, solo está ahí a disposición de quien necesite refugiarse, hospedarse o hacer un alto en el camino.
Ser pesebre en el camino de alguien es alojar sin preguntar, sin esperar nada, sin juzgar. Es escuchar y ayudar. A veces con palabras, a veces con el silencio, con rezos, con gestos, con la Misa y con la mesa o con ritos que cada uno tenga en su fe.
Aloja y dejar ir. Ser pesebre es nutrir las raíces descansando y es fortalecer las alas para retomar el vuelo. Es ofrecer el agua que alivia y el pan que alimenta. O un abrazo en silencio. Porque todos en algún momento de nuestro camino hemos necesitado un pesebre. Porque ser pesebre es una oportunidad de sentirnos cerca, hospedados y queridos. Ser pesebre es sentir y saber a Dios con nosotros. Ser pesebre es recuperar el sentido en un mundo sin sentido. De soñar juntos y ser todos hermanos.
Nosotros somos los tiempos, decía San Agustín, y como seamos nosotros así haremos que sean los tiempos. En definitiva, hacemos lo que somos. Ojala uno desee a todos el feliz paso del tiempo en esta Navidad.
Se me ocurría este desafío porque ser pesebre no es solo un desafío para los cristianos, sino que habla de hospitalidad, de acogida, de calidez de un abrazo. Tantas cosas que en estos tiempos que muchas veces estamos necesitados, hambreados. Que en esta Navidad cada uno cuide el pequeño mundo que Dios puso al lado nuestro y que realmente ese pequeño mundo de familia, sea realmente un pesebre que acoge.
Les deseo una Navidad de encuentro. Y que también la vida sea una mesa compartida.
Ángel Rossi, SJ.