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5° de Cuaresma. Morado. Semana 1ª del Salterio.
Ez 37, 12-14; Sal 129, 1-8; Rm 8, 8-11.

Evangelio según San Juan 11, 1-45 (breve: 11, 1-7. 20-27. 33b-45)

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.

Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?».

Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

40 acciones que transformarán tu vida en esta cuaresma

Vivir conscientes. No consideramos lo suficiente la posibilidad que tenemos de levantarnos por las mañanas y desplazarnos por nuestra propia cuenta sin asistencia especial. Cada día despertamos e iniciamos el día de manera automática, rutinaria, como si estuviéramos programados. Damos por sentado que podemos caminar y realizar nuestras tareas. Hoy vamos a ayunar de andar distraídos y dispersos en pensamientos vagos para realizar un ejercicio de atención y concentración. Vamos a prestar atención y a concentrarnos en lo que hacemos sin pensar en otra cosa evitando perdernos en cavilaciones. Esto nos ayudará a ser más consciente de nuestra vida.

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Javier Rojas, SJ.

Puntos para tu oración

Jesús llega a nuestra vida entrando hasta lo más hondo de nuestro dolor: la muerte. El profeta Ezequiel le anuncia a un pueblo que vive en tiempos de dolor sobre la promesa de salir de las tinieblas y volver a su tierra. Les habla de poner “su espíritu” en ellos para que vivan. Es el Dios de la misericordia que se acerca y socorre.

Jesús no sólo vivió nuestra carne, sino que también, sufrió las consecuencias de esa carne sin Espíritu que denuncia Pablo en la segunda lectura. Y en el Evangelio lo vemos a Jesús ser: Señor de la vida. Se acerca a sus amigos: Lázaro, Marta y María en un momento durísimo de sus existencias. Lázaro ha muerto.

Su amigo ha partido. Y tarda en llegar. Marta le descarga su angustia reclamándole su llegada tardía. ¡No estuviste! ¡Tu amigo murió y no estuviste! Marta llora. Jesús también llora. ¡Tantas veces vamos a destiempo con Él! O su tiempo, su ritmo no es el nuestro. Dios que se revela enCristo como Señor de la vida, no vino a eliminar el dolor, ni la muerte.

Vino a iluminarla con su presencia. 0Vino a darle sentido de resurrección y de reconciliación. Aquí, Jesucristo se muestra como Dios. Resucita a Lázaro. Según dicen los exégetas, va a ser una de las razones por las que los dirigentes de su tiempo deciden su muerte. Ya ha ido demasiado lejos. Ya se ha tornado peligroso para socavar sus tradiciones, este Rabí que no se frena frente a nada.

Luego Jesús va a morir, también. Y en su muerte vamos a contemplar su mayor “develamiento del corazón de Dios”: ama hasta el extremo, ama al que lo mata, ama al que lo niega, ama y perdona al que se arrepiente muriendo con él, el mismo suplicio. Contemplémoslo compartir el dolor con sus amigos. Contemplémoslo llorar con ellos. Contemplémoslo resucitar a su amigo. Y también, contemplémoslo morir amando.

Tomás Bradley, SJ