Martes Santo. Morado.
Is 49, 1-6; Sal 70, 1-4a. 5-6ab. 15. 17.
Evangelio según San Juan 13, 21-33. 36-38
Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: “Pregúntale a quién se refiere”. Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Jesús le respondió: “Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato”. Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: “Realiza pronto lo que tienes que hacer”. Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: “Compra lo que hace falta para la fiesta”, o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche.
Después que Judas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás”. Pedro le preguntó: “¿Señor, por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le respondió: “¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”.
Es duro fallar a quienes queremos
Pedro y Judas.
El impulsivo y el previsor.
El discípulo apasionado y el apóstol defraudado.
El amigo que negó al maestro y el compañero que lo traicionó…
Qué distintos y, al mismo tiempo, cuánto hay en común.
En algún momento los dos se habían dejado seducir por una propuesta que, en boca de Jesús, se convertía en irrechazable. Los dos tuvieron que optar y elegir cuando las cosas se pusieron difíciles, en esta semana que hoy nosotros llamamos santa. Y seguramente los dos vivieron ese “dolor, sentimiento y confusión” de que habla Ignacio en los Ejercicios Espirituales (EE, 193).
Porque tanto Pedro como Judas sintieron en carne propia lo duro que es fallar a aquellos a los que queremos. ¿Y quién no?
Pero mientras Pedro fue capaz de encajar esa culpa que sana, Judas se quedo atrapado en aquella otra culpa que mata. Pedro aprendió que no era el héroe infalible que creía ser; y ahora, más consciente, más humilde, supo que en su debilidad tenía cabida la grandeza de Dios. Judas decidió que lo que había hecho no tenía perdón; y no supo perdonarse lo que sí le habría perdonado Dios.
También a nosotros se nos clava una y mil veces el aguijón de la culpa. ¿Dejaremos que el Señor lo sane con su resurrección?
Espiritualidad ignaciana.