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Santo Toribio de Mogrovejo, obispo. Patrono del Episcopado Latinoamericano. (F). Blanco.
2 Tim 1, 13-14; 2, 1-3; Sal 95, 1-3. 7-8a. 10.

Evangelio según San Mateo 9, 35-38

Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha”.

Jesús muestra a los suyos su carne herida y vencedora

«Alarga acá tu dedo y mira mis manos. y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.» Respondió Tomás y dijo: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 27-28)
Gracias, Señor, porque resucitaste no sólo con tu alma, más también con tu carne.

Gracias porque quisiste regresar de la muerte trayendo tus heridas.

Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu costado y comprobara que el Resucitado es exactamente el mismo que murió en una cruz.

Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede amordazar el alma y que cuando sufrimos estamos también resucitando.

Gracias por ser un Dios que ha aceptado la sangre, gracias por no avergonzarte de tus manos heridas, gracias por ser un hombre entero y verdadero.

Ahora sabemos que eres uno de nosotros sin dejar de ser Dios, ahora entendemos que el dolor no es un fallo de tus manos creadoras, ahora que tú lo has hecho tuyo comprendemos que el llanto y las heridas son compatibles con la resurrección.

Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.

Deja que entre tus manos crucificadas ponga estas manos maltrechas de mi oficio de hombre.

José Luis Martín Descalzo