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Feria. Verde.
Rm 7, 18-25; Sal 118, 66.68.76-77.93-94.

Evangelio según San Lucas 12, 54-59

Jesús dijo a la multitud: “Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y éste te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.

Alcanzar las estrellas

Lo diré sin rodeos: no conozco cosa más peligrosa que esa moral del éxito que se ha impuesto en nuestra sociedad y según la cual el nivel de una vida humana se mide por el triunfo externo conseguido.

(…) Y si no puede vivirse de cara al éxito, ¿hacia dónde encarrilar la vida? ¿Hacia qué estrellas tender las manos?

No parece difícil descubrir que las estrellas empiezan por estar dentro, que mejor que servir a la veleta de las opiniones ajenas es trazarse una meta más alta y más grande que nuestra propia alma y tensarse hacia ella como un arco. ¿Qué pueden significar todos los aplausos del mundo frente a la alegría de estar luchando por algo que nos llena y saber que uno está haciendo una tarea que le multiplica el alma?

Otras estrellas están fuera; pero no en el aplauso «de» los que nos rodean, sino en el servicio «a» todos ellos. Si se me permite aquí una confesión, yo podía decir que recibo con una sonrisa pasajera las cartas en las que se me piropea, pero con una alegría interminable aquéllas en las que alguien me dice que una palabra mía le fue útil. Eso sí que es un milagro: estar viviendo de algún modo en los demás, tener esa misteriosa forma de fecundidad que hace que uno pueda engendrar alegrías, ideas o ganas de vivir en un alma diferente de la nuestra. ¡Qué prodigiosa paternidad ésa por la que todos terminamos por ser hijos de todos! Yo cambiaría todos los aplausos del mundo por el cariño de una sola persona, porque no hay éxito como el ser querido y no hay mayor desgracia que haber alcanzado el éxito a costa de que nadie nos quiera.

¡Qué maravilla poder morirse sabiendo que nuestro paso por el mundo no ha sido inútil, que gracias a nosotros ha mejorado un rinconcito del planeta, el corazón de una sola persona!

(…) Hay todavía un tercer éxito verdadero: ser útiles en la eternidad, habiendo aportado una brizna de felicidad al gran Padre, con mayúscula.

Haber caminado —incluso haber intentado caminar— hacia esa triple meta me parece infinitamente mejor que alcanzar las estrellas de lo que solemos llamar éxito. Ese éxito que, cuando llega, es tan agradable como un refresco en verano. Pero nadie vive para tomar naranjada en los días de calor.

José Luis Martín Descalzo.