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4° Domingo durante el año.
Dt 18, 15-20; Sal 94, 1-2.6-9; 1Cor 7, 32-35.

Evangelio según San Marcos 1, 21-28

Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga de ellos un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar; “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!”. Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

Puntos para tu oración

El espíritu del mal se las ingenia con cada uno de nosotros y aprovecha cada brecha, cada hendija que padecemos. Cuando vamos comenzando en la vida espiritual las insinuaciones son burdas y groseras, como cuando le tocó a Jesús en el desierto, después del bautismo en el río Jordán, pero cuando estamos decididos, tomando el camino junto a Jesús, aprendiendo su modo, aprendiendo a ser y a actuar como él, los engaños son más sutiles y las trampas, más ingeniosas.

Así es como estos espíritus intentan entorpecer el camino de Jesús y sus primeros discípulos; confesando a los gritos, bestializados, quieren desviar la atención de todos y proclamar a un Jesús mago, con poder político y social, para mover los resortes de una adhesión interesada e inmadura.

La opción del Señor, según vamos aprendiendo, es la cultura de lo pequeño, del compromiso con la vida de todos, del camino compartido, de la fraternidad y la cercanía con los que sufren. Salimos hoy al encuentro de la historia a compartir la vida, sostenidos por el Espíritu, conscientes de nuestras luchas a vivir como Jesús.

Daniel Ziloni, SJ.

Mi oración

¿Cómo podría centrarme en mi oración, cuando mi mente y mi corazón estaban distraídos con tantas cosas?

Me llevó muchos años de lucha y fracaso darme cuenta de que mi verdadera distracción estaba en mi vida, no en mi oración. Estaba distraído en casi todas las áreas de la vida, el trabajo o el estudio. No es de extrañar que mi oración sufriera el mismo malestar.

Esta comprensión me abrió de par en par una puerta a la conciencia y a uno de los medios de oración ignacianos más tradicionales: el Examen. Yo, como muchos de mis amigos en la vida religiosa, no era una mala persona. Éramos compañeros decentes, esforzándonos lo más posible en hacer bien lo que se nos pedía que hiciéramos. Pero estábamos “distraídos”.

P. Adolfo Nicolás, SJ.