
2° Miércoles de Cuaresma. Morado.
Jer 18, 18-20; Sal 30, 5-6. 14. 16.

Evangelio según San Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: «Ya vamos camino de Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará».
Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?» Ella respondió: «Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino». Pero Jesús replicó: «No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?» Ellos contestaron: «Sí podemos». Y él les dijo: «Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado».
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos».
La misericordia es un acto de amor. Ama a los demás como a ti mismo y encontrarás la verdadera misericordia
“La misericordia es un acto de amor. Es un gesto de amabilidad y compasión que surge desde lo más profundo y se despliega hacia aquellos que nos rodean. Cuando expresamos amor hacia los demás como lo hacemos con nosotros mismos, estamos practicando la benevolencia en su forma más pura. Estamos reconociendo la humanidad en los demás y optando por responder con afecto y comprensión, en lugar de emitir juicios o condenas.
Desentrañar la verdadera misericordia no siempre resulta sencillo. Exige humildad, paciencia y una disposición para ir más allá de nuestras propias necesidades y deseos. No obstante, cuando logramos hacerlo, nos topamos con una fuente de amor y gratitud que enriquece nuestras vidas de maneras insospechadas.
En alguna ocasión, Peter Marshall afirmó: ‘La medida de la vida no reside en su duración, sino en su entrega’. Este pensamiento expresa que el verdadero valor de nuestras vidas no se cuantifica en años, sino en la cantidad de amor y bondad que compartimos con los demás. La misericordia se erige como una de las formas más potentes de entrega y donación, una manifestación de amor con el poder de transformar existencias y sanar corazones.
Por lo tanto, ámate a ti mismo y a los demás, y hallarás la verdadera misericordia. Porque la benevolencia representa un acto de afecto, y el afecto es el obsequio más significativo que podemos brindar”.
Javier Rojas, SJ.
Camino de Cuaresma.
Una luz en el desierto – Parte 5.