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5to de Pascua. Blanco.
Hech 9, 26-31; Sal 21, 26b-28. 30-32, 1Jn 3, 18-24.

Evangelio según San Juan 15, 1-8

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos».

Con su cuerpo glorioso, Jesús explica que también los muertos resucitan

Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. El les dijo: ¿Por qué os turbáis y por qué suben a vuestro corazón esos pensamientos? Ved mis manos y mis pies, que soy yo. Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Diciendo esto, les mostró las manos y los pies. No creyendo aún ellos, en fuerza del gozo y de la admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Le dieron un trozo de asado, y tomándolo, comió delante de ellos (Lc 24, 36-43)

«Mirenme bien. Tóquenme. Comprueben que no soy un fantasma», decías a los tuyos, temiendo que creyeran que tu resurrección era tan sólo un símbolo, una dulce metáfora, una ilusión hermosa para seguir viviendo.

Era tan grande el gozo de reencontrarte vivo que no podían creerlo; no cabía en sus pobres cabezas que entendían de llantos, pero no de alegrías.

El hombre, ya lo sabes, es incapaz de muchas esperanzas.

Como él tiene el corazón pequeño cree que el tuyo es tacaño.

Como te ama tan poco no puede sospechar que tú puedas amarle.

Como vive amasando pedacitos de tiempo siente vértigo ante la eternidad.

Y así va por el mundo arrastrando su carne sin sospechar que pueda ser una carne eterna.

Conoce el pudridero donde mueren los muertos: no logra imaginarse el día en que esos muertos volverán a ser niños, con una infancia eterna.

¡Muéstranos bien tu cuerpo, Cristo vivo, enséñanos ahora la verdadera infancia, la que tú nos preparas más allá de la muerte!

José Luis Martín Descalzo