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Pentecostés. (S). Rojo.
Hech 2, 1-11; Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34; 1Cor 12, 3b-7. 12-13.

Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Puntos para tu oración.

Qué elocuente es el contraste de las puertas cerradas de los discípulos y la herida abierta de Cristo. No llama la atención verlo en su paso entre nosotros, haciendo comunidad con los demás. Mientras, por el contrario, en el mundo encuentra muros que nos separan por miedo a los otros y no puentes para la unión en la diferencia. Su herida abierta, por su parte, es una invitación a encarnarnos en el mundo y hacer que la palabra de verdad se realice en la caridad y fraternidad, tras la salida del encierro en nosotros mismos. Por lo cual, como a Tomás, nos invita a meter la mano en su herida, a tocar el dolor ajeno, real y no virtualmente.

Es así como nos hace comprender que ser cristiano en nuestra sociedad, es realizar la palabra de Dios con hechos concretos de servicio a él en los demás. Sin este hacer la verdad en la caridad y fraternidad, ser cristiano se reduce sólo a una palabra. Si, por tanto, no nos resignamos a la insignificancia, debemos apuntar a una misión específica en el mundo y en la historia concreta de hoy, como miembros del cuerpo de Cristo y pueblo peregrino de Dios. Este hacer la verdad de su palabra en cada responsabilidad nuestra con los otros, hará renacer entre todos un deseo mundial de hermandad, donde nada sea sin ellos, porque nadie puede pelear la vida aisladamente, sino sostenidos por la comunidad en la fe, que a unos y a otros ayuda a mirar adelante. Solos corremos el riesgo de ver espejismos o convertirnos en una secta autorreferencial, dejando pasar la ocasión, no sólo de crear algo nuevo, sino también, de salir juntos menos egoístas de la crisis, al dejarnos tocar como Tomás, por el dolor de Cristo en los otros. Esto es posible realizar, si existe un encuentro y relación personal con él, un trato de amistad que lleva a la acción e invita a ofrecer la salvación al mundo, sirviéndolo mediante la realización concreta de la palabra de Dios, hecha verdad en la caridad y fraternidad.

Guillermo Randle, SJ.

Cuando el Espíritu de Dios nos habita

Ven Espíritu Santo porque quizás andamos débiles, porque estamos solos, porque necesitamos ser curados, porque nos faltan las fuerzas… El Espíritu Santo reanima a los desanimas y se hace pregunta que a su vez nos interroga ¿a dónde fue a parar aquel ardor, aquel que tenías cuando estabas enamorado?, dice algún autor. Docilidad, ven Señor Jesús, Ven Espíritu Santo.

Ángel Rossi, SJ.