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2° Jueves de Cuaresma. Morado.
Jer 17, 5-10; Sal 1, 1-4. 6.

Evangelio según San Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.

El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’ «.

Sigue curvando sobre mí Señor

Sigue curvado sobre mí, Señor,
Remodelándome,
Aunque yo me resista.
¡Qué atrevido pensar  que tengo yo mi llave!
¡Si no sé de mi mismo!
Si nadie, como Tu,
puede decirme lo que llevo en mi dentro.

Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos
que no son como los tuyos.
Sigue curvando sobre mí, tallándome,
aunque a veces de dolor te grite.
Soy pura debilidad. Tu bien lo sabes,
tanta, que, a ratos
hasta me duelen tus caricias.

Lábrame los ojos y las manos,
la mente, la memoria
y el corazón,- que es mi sagrado.,
al que no te dejo entrar cuando me llamas.
Entra, Señor, sin llamar, sin permiso.
Tu tienes otra llave, además de la mía,
que en mi día primero, Tu me diste,
y que empleo, pueril, para cerrarme.

Que sienta sobre mí tu «conversión»
y se encienda la mía del fuego de la Tuya,
Que arde siempre, allá en mi dentro.
Y empiece a ser humano.
a ser humano,
a ser persona.

Ignacio Iglesias, SJ.