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Octava de Navidad. Blanco.
1Jn 2, 3-11; Sal 95, 1-3. 5-6; Lc 2, 22-35.
(Santo Tomás Becket).

Evangelio según San Lucas 2, 22-35

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

«Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel».

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma».

Preguntale a tu cuerpo cómo fue tu año

Las conversaciones de este tiempo tan particular pueden traernos la pregunta: ¿y qué tal tu año? Y sí, siempre que llega el cierre del año tendemos interiormente a hacer balances. En principio, podríamos decir que es natural porque los ciclos, al terminar, nos dicen cosas importantes. Pero también es cierto que, mientras más conscientes nos hagamos de lo que vivimos, más podremos percibir por dónde ha ido nuestro crecimiento y, sobre todo, qué es lo que más tenemos que agradecerle a la vida.

Intuyo que nuestro cuerpo puede ser un símbolo oportuno para hacernos algunas preguntas que ayuden a recoger los frutos de lo vivido.

Te invito a tomarte unos minutos en un lugar silencioso, respirar profundo, sentirte cerca de tu interioridad y repasar tu cuerpo de abajo hacia arriba acompasando estas preguntas…

Mira tus pies: ¿qué caminos nuevos he recorrido? ¿Por dónde anduvieron? ¿Qué les ha tocado transitar este año? ¿A quién siguieron mis pasos? ¿Qué otros pies han caminado con ellos y me gustaría agradecer su compañía?

Toca tus rodillas: ¿Ante qué misterio han hincado? ¿Qué situaciones de este año me han hecho rezar, pedir a Dios, acercarme más a la pequeñez? ¿Cuáles han sido mis duelos? ¿Qué aprendizajes de este año agradezco?

Percibe tu genitalidad: ¿Qué se ha hecho fecundo este año a pesar de todo? ¿Dónde ha percibido más mi vida en mi trabajo? ¿Con qué me he apasionado y me he involucrado de manera nueva?

Siente tu columna vertebral: ¿Qué me ha sostenido en pie este año? ¿Qué cosas me han fortalecido en mi proceso de crecimiento humano? ¿Cuál ha sido mi eje en mis ocupaciones?

Pon tu mano en tu estómago: ¿Qué me ha nutrido este año? ¿Qué he tenido que digerir?

Toca el movimiento de tu corazón: ¿Por quienes ha latido incansablemente? ¿A quienes amó o por quiénes se dejo amar en su trabajo?

Reconoce tus manos: ¿Qué dieron y qué recibieron este año? ¿Cuándo fueron mano tendida o puño cerrado? ¿Cómo trabajaron?

Piensa en tus sentidos: ¿Qué descubrieron mis ojos? ¿Qué palabras oportunas escuche? ¿Qué ha sido más gustoso de este año? ¿Qué ha perfumado mi vida? ¿Cuál ha sido la textura de mi año?

Por último utiliza tu voz para dar gracias a la Vida, a ti, a Dios y a quienes sientas que han sido parte fundamental de este año.

Emmanuel Sicre, SJ.