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San Andrés. (F). Rojo.
Rm 10, 9-18; Sal 18, 2-5.

Evangelio según San Mateo 4, 18-22

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Dejarnos mirar por Dios

Dejarnos mirar por Dios nuestro Señor que vino a sanar nuestras heridas y nos llama desde los heridos de la vida. Será tiempo bien aprovechado el que empleemos en acompañar cercanamente a los heridos, los apaleados del camino, los “leprosos”, los que no tienen quien los ayude, los que desde el borde del camino gritan, a veces tumultuosamente, “Señor Jesús, ten compasión de mí”.

Mirar con los ojos de Cristo para ver nuevas todas las cosas, es también ver el costado luminoso de la vida y las personas, el movimiento esperanzador que ya está dándose en la realidad.

Necesitamos esa mirada para ver nuestro contexto golpeado por la pandemia y sus efectos colaterales, a veces más duros que el mismo virus. Vernos con una mirada nueva en Cristo.

Pidamos poder contemplar activamente lo que Dios va haciendo en la vida de las personas y de la creación toda… y ayudarlo. Pidamos tener esa mirada, no sólo en la vida apostólica sino también en nuestra vida comunitaria.

Rafael Velasco, SJ.