San Ignacio de Loyola. (MO). Blanco.
Éx 24, 18; 31, 18; 32, 15-24. 30-34; Sal 105, 19-23; Mt 13, 31-35.
(O bien lecturas San Ignacio de Loyola. LS: 1Co 10, 31—11, 1; Sal 33, 2-11; Lc 14, 25-33).
Evangelio según San Lucas 9, 18-26
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día». Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles.
Sabiduría ignaciana – «Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa».
En el camino de la vida, nos encontramos con momentos de reflexión profunda, donde el alma anhela trascender las limitaciones terrenales y entregarse en totalidad al divino Creador. La oración «Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y gracia, que esto me basta, sin que os pida otra cosa» es un acto de entrega sincera y valiente, donde abrimos nuestro ser al amor incondicional de Dios.
Al pronunciar estas palabras, reconocemos humildemente que cada don, cada talento, cada pensamiento y deseo proviene del amoroso Padre celestial. Nuestro corazón se dispone a dejar atrás el ego y el apego a lo material, para abrazar la libertad que solo se encuentra en el amor divino.
A cambio entregamos libertad, memoria, entendimiento y voluntad, permitimos que Dios actúe en nosotros ya través de nosotros. Nos volvemos instrumentos dóciles en sus manos, dispuestos a cumplir su propósito para nuestras vidas y para el mundo.
En esta oración, no pedimos riquezas materiales ni deseos mundanos. En lugar de ello, anhelamos el amor y la gracia de Dios, pues sabemos que en Su presencia encontramos plenitud. En Su amor encontramos la paz que superó toda comprensión y la fuerza para superar cualquier adversidad.
Esta entrega total es un recordatorio de que somos parte de algo más grande, que nuestras vidas tienen un propósito divino. Al soltar nuestras cargas y confiar en el amor de Dios, nos abrimos a las maravillas que Él tiene preparadas para nosotros.
Adoptemos esta oración como un lema de vida. En la entrega total a Dios encontraremos la verdadera libertad y el gozo que anhelamos. Confiemos en que Dios nos colmará de amor y gracia, y que con ello, lo tendremos todo, sin necesitar más.
Javier Rojas, SJ.