¿Cómo podría centrarme en la oración, cuando mi mente y mi corazón estaban distraídos en tantas cosas?
Me llevó muchos años de lucha y fracaso darme cuenta de que mi verdadera distracción estaba en mi vida, no en mi oración. Estaba distraído en casi todas las áreas de la vida, el trabajo o el estudio. No es de extrañar que mi oración sufriera el mismo malestar.
Esta comprensión me abrió de par en par una puerta a la conciencia y a uno de los medios de oración ignacianos más tradicionales: el Examen. Yo, como muchos de mis amigos en la vida religiosa, no era una mala persona. Éramos compañeros decentes, esforzándonos lo más posible en hacer bien lo que se nos pedía que hiciéramos. Pero estábamos “distraídos”.»
P. Adolfo Nicolás, SJ