La fe no es una fuerza mágica con la que logramos obtener cualquier tipo de deseo infantil. Tener fe no es creer que Dios nos dará, a fuerza de rezos, lo que no podemos alcanzar por nuestros propios medios. Tener fe es poner todos los aspectos de nuestra vida en las manos de Dios y tener con Él un vínculo, tan fuerte y firme, como la casa construida sobre la roca. Tener fe significa buscar y seguir su voluntad y no la nuestra. Asumir los avatares de cada día confiando en Él, en lugar de sufrir anticipadamente por lo que, tal vez, podría suceder mañana. Tener fe es entregarnos a su amor y dejarnos conducir por Él, aunque por momentos nos toque transitar por «oscuras quebradas». En pocas palabras, tener fe es confiar “ciegamente” en Dios a pesar de todo.
Javier Rojas, SJ.