Todos tenemos algo por qué luchar. Todos enfrentamos alguna vez una situación difícil que necesitamos superar. Tal vez la desconfianza y la desesperanza sean las dos batallas más arduas que nos toque enfrentar…
Perder la confianza y la esperanza en uno mismo nos pone al límite de nuestras fuerzas. Jamás deberíamos aceptar la idea absurda de que no podemos recuperar la seguridad interior que nos permite volver a ponernos de pie luego de un fracaso, o que ya no existe posibilidad de transformación en nuestro corazón.
La fortaleza de una persona no se mide por los logros o metas alcanzadas, sino por su capacidad de luchar y sobreponerse a la desgracia, por el afán de volver a confiar en sí misma y de creer, creer siempre, que el corazón sabe lo que es bueno y le conviene. A pesar de los tropiezos por intentar cambiar no dejes de esperar y de creer que es posible.
Lejos estaba de Ignacio dejar atrás las luchas luego de la batalla en Pamplona cuando fue herido y derrotado. El conocimiento de su mundo interior le fue abriendo un nuevo campo de lucha. Ahora debería enfrentarse a las mociones del Mal Espíritu para resistir sus embates y rechazar la tentación.
Para Ignacio las luchas no habían terminado, sino que comenzaban otras nuevas y distintas, y tendría que aprender a conocer al nuevo enemigo, sus astucias y modo común de tentar, si quería salir victorioso en esos enfrentamientos.
En el mundo interior del ser humano se libra una batalla por conquistar el corazón. La acción del Buen Espíritu para llevar a su plenitud el amor de Dios derramado en cada persona, y la del Mal Espíritu que buscara siempre que ese amor quede encerrado y volcado hacia uno mismo volviéndolo egoísta y autorreferencial.
No desistas jamás en tu lucha por extender el amor que Dios ha puesto en tu corazón. No te resignes ante tus fracasos si el egoísmo te vence, no dejes que tu vida se cierre sobre ti mismo.
Bertolt Brecht dijo una vez: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Javier Rojas, SJ.