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4° de Pascua (Del buen Pastor). Blanco. Semana 4ª del Salterio.
Hch 2, 14. 36-41; Sal 22, 1-6; 1P 2, 20-25.

Evangelio según San Juan 10, 1-10

Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”.

Puntos para tu oración

Pocas experiencias son tan bellas y profundas como sentirnos amados de manera gratuita e incondicional. Olvidamos con cierta frecuencia que nuestra vocación se realiza en el mandato divino de amarnos unos a otros. Venimos al mundo para aprender a amar, para sentir el amor, para tener experiencia de lo que significa ser amados gratuitamente. Jesús es la puerta por la que ingresamos a nuestro propio interior para conocernos de qué estamos hechos. Y su voz, esa que aprendemos a reconocer en nuestro interior, es la que nos saca de nuestros egoísmos para ponernos en marcha hacia la plena realización de nuestro ser. Esa respuesta a u llamado lo conocemos como vocación.

La vocación es esa pasión que se despierta en nosotros cuando hallamos la manera de
dar curso al amor que llevamos en nuestro interior. Nada es tan fuerte y consistente como esa pasión que nos hace enfrentar cualquier miedo u obstáculo que se presente. Todos nacemos con un propósito y con un destino eterno. Nuestra vocación se realiza allí donde encontramos que nada ni nadie puede poner freno al anhelo profundo de ser lo que somos. ¿Cómo sabemos que nacimos para algo? Cuando en lo que hacemos sentimos que nuestra vida fluye, se renueva y se expande hasta el infinito, sabemos que hemos nacido para eso. Cuando las dificultades no apagan el deseo de hacer lo que amamos. Cuando la felicidad que encontramos realizando nuestra vocación no lo puede pagar ni todo el oro del mundo. La realización de la propia vocación es respuesta a la voz de Jesús que nos dice: «He venido para que tengan vida y vida en abundancia».

Javier Rojas, SJ.

Novena a Nuestra Señora de los Milagros: «Madre,ayúdanos a ver nuevas todas las cosas en Cristo».

1er día: Fe

«La fe no es una fuerza mágica con la que logramos obtener cualquier tipo de deseo. Tener fe, no es creer que Dios nos dará, a fuerza de rezos, lo que no podemos alcanzar por nuestros propios medios.
Tener fe no es solo creer que Dios existe, sino, que Dios actúa. Tener fe es ver todos los aspectos de nuestra vida con nuevos ojos y ponernos en las manos de Dios, para crear con Él un vínculo, tan fuerte y firme, como la casa construida sobre la roca. Tener fe significa buscar y seguir su voluntad y no la nuestra. Asumir los avatares de cada día confiando en Él, en lugar de sufrir anticipadamente por lo que, tal vez, podría suceder mañana. Tener fe, es entregarnos a su amor y dejarnos conducir por Él, aunque por momentos nos toque transitar por «oscuras quebradas». En pocas palabras, tener fe es
confiar en Dios a pesar de todo.»
Oración: Madre, enséñanos a mirar la vida y los acontecimientos con ojos de fe. Que nuestros deseos y anhelos no nos impidan ver la presencia de tu Hijo que nos ama y cuida de maneras, que a veces no podemos imaginar. Abre nuestro sentido de la vista, para mirar con fe y reconocerlo en todas las cosas.

Padrenuestro, Ave María y Gloria

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Inmaculada Virgen María, Madre de los milagros y del consuelo. Venimos a tus pies, confiado en tu amor infinito, a que nos ayudes a «ver nuevas todas las cosas» como enseñaste a tu Hijo Jesús. Te damos gracias por los favores que concedes a cuantos recurren a tu intercesión; por el consuelo que das a tantas familias que piden tu protección, por los tantos enfermos que se han sentido cuidados y sanados por tu ternura, al solo contacto con los algodones tocados con tu sudor milagroso.
Te pedimos, que nos ayudes a (se pide la gracia que se quiera alcanzar) y a abandonarnos en Dios como vos lo hiciste a sus designios. Madre de los Milagros, vos que siempre tuviste puesta tu fe en el plan de Dios, ayúdanos a confiar en sus caminos.

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